No hablo de Charles Chaplin, ni de Laurel & Hardy, hablo de México y Francia que protagonizaron una de las guerras con nombre más dulce que nos ha dejado la historia.
El paso de los años deja denominaciones curiosas a los aconteceres históricos, la guerra de las naranjas (no fue ninguna fiesta popular), la de la oreja de de Jenkins arrancada por un León (el capitán español Don Julio León), o los cien mil hijos de San Luís (santo varón reproductor).
Pues bien, Mexico y Francia protagonizaron esta dulce guerra motivada por intereses profundos escudados en el impago de una cuenta de pasteles a un hostelero francés afincado en México.
¿Quién puede negar después de esto que la política siempre ha sido un pasteleo impresentable?
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